¡Corre, corre, que cierran las puertas!

¿Qué tenía que ver contigo Danielita, todo esto de los fantasmas?, ¿porqué vengo a hablar de tu uniforme de escuela?. Pues bien, el amor, tal como lo aprendimos todos, como se supone que es, o como debería ser, en mi cabeza desprovista de ilusiones, no existía, o sea, me explico, cuando era niño y sucedía todo esto preciosa, o sea, con mis súper catorce años con pretensiones Don Juanescas, yo pensaba que el amor era mentira, sentía que era un invento, al puro estilo "dios existe y nadie puede decir lo contrario", y además, creía contar con suficiente experiencia en amores, como para comprobar que, en efecto, el amor no era verdad...... .........
Pronto regreso a ese tema chiquita bonita, solo regáleme un poco de tiempo para poder inventarme bien lo que le voy a contar, pues no quiero que se enoje conmigo... Aunque pensándolo bien, quien sabe, a lo mejor y la rabia puede hacer que sus ojitos vuelvan a abrirse para que yo entre en ellos otra vez...
De su primer "saludo", esas palabritas lindas que intentaban esconder lo que en realidad sus ojos me intentaban decir, a la siguiente vez que me miraste, pasó una semana más o menos, es decir, cada día te miraba yo pues conocía el camino que recorrías cada mañana para ir de tu casa hasta la escuela, y yo, como perro de la calle (según mi mami) esperaba estratégicamente ubicado a que unos cinco minutos antes de las siete de la mañana, tu aparecieras como un ángel que llegaba a despertarme completamente (pues mi sueño se mantenía conmigo hasta bien entrada la mañana).
Y ahí estabas, cada día, casi atrasada, casi mía, y muy enamorada de mis ojos pero no lo sabias aun, ahí estabas caminando, cargando tu maleta comprada en la ciudad, exhibiendo tus medias blancas hasta el final de la pantorrilla casi tan blanca como las medias, exhibiendo tu faldita, más arrugada que plisada, igual blanca, y la camisa, más blanca que todo el resto, y el rojo, el chaleco y el saco, y la franja en los zapatos, el blanco y el rojo, eso eras mi Danielita en esos días que tu no me mirabas mirarte. En esos días que me amabas aún sin saberlo, y sin querer saberlo.
Rojo y blanco, apuro y cara de sueño y frío, siempre con frío, siempre con sueño mi amor, y no me mirabas, ni sabías que te miraba, y cuando esa voz te decía que yo estaba por ahí, solamente no le hacías caso, y seguías caminando, hasta que el portero de la escuela hacía las señas habituales para anunciar a todas las niñas que llegaban más o menos a la misma hora, que la puerta estaba a punto de cerrarse, entonces empezabas a correr, siempre la última cuadra era con tu carrera pequeñita que terminaba de despertar tu lindura pues sonreías al correr.
Decía que una semana después de la primera vez, en tu tienda, o de tus papis, o en el restaurante (¿qué dije que era?), en fin, no importa el lugar, lo importante era que nos separaba un mostrador, y nuestras almas que querían fundirse en un abrazo eterno desde esa tierna edad no podían hacerlo, pues el mostrador era muy alto, y tu actitud era un poco indiferente, (un poco de piedad con mi corazón que hubiera querido morirse después de mirarte) por no decir otra palabra, llena de armas atómicas, más grande y fea que indiferencia.
Una semana después de ese primer encuentro, estaba yo, igual de bien ubicado en la misma esquina de siempre, en la que no podías verme y desde la que yo podía mirarte con total tranquilidad, y desde la que iniciaba mi seguimiento romántico, donde solo buscaba grabarme en mis ojos cerrados tu caminar apurado y de pasos chiquitos y rápidos.
Me grabé, por supuesto, hasta ahora podría, si quisiera, imitar tu caminar. (a lo mejor si te imito, tu te molestas conmigo como siempre que lo hacías, y para tratar de pegarme aunque termines besándome, te despiertas... ¿será?, ¿lo intento?, ¡abre tus ojitos!...). me grabé tu caminar decía, y lo importante de ese día no fue eso, porque eso lo hacía cada día, y lo último que diré sobre eso es que la calle Restauración y la calle Vargas saben de lo que hablo, y la escuela R.C.T. sabe cuantos suspiros iban detrás de ti cuando era solo tu espalda lo que miraba, una vez que el portero terminaba de cerrar la puerta, y yo podía, sigiloso, caminar y acercarme lo suficiente como para observar hacia dentro de tu escuela...
Lo importante era, y no vuelvo a distraerme con otros temas, que ese día, una semana después de que en tu restaurante me miraste con amor, muy bien disimulado, nos vimos de nuevo. Mi escondite falló, tuve un descuido y permití que tus ojos taladraran mis defensas, me confié por ser experto en el sigilo diariamente practicado, y mi exceso de confianza significó que calculara mal los tiempos y que cuando según yo, tu debías estar recién saliendo de casa, aparecieras por la misma esquina de siempre, sorprendiendo mi preparación.
Fue un lunes, y el rincón de siempre me esperaba, con los mismos malos olores de cada vez, y cuando estaba por llegar, o sea aún, en "terreno visible" observé con fastidio que mi pie derecho arrastraba el cordón del zapato, entonces solo me agaché y empecé a amarrarlo como siempre, aprovechando que en mis cálculos tu debías estar lejos todavía.
El proceso de amarrado de uno de mis zapatos que insistía en zafarse a cada momento (desde ahí aprendí a hacerlo con doble nudo, casi infalible como lo he comprobado hasta hoy) terminaba al instante, pero ahí, aun agachado, levanté mi mirada y sin saber si mi muerte era la que llegaba con esa sensación de mariposas en el estómago, o si era el anuncio de mi verdadero nacimiento, o si era que dios si existía y mandó a su más bello ángel a darme una lección, o si las navidades que me quedaban debiendo regalos habían juntado esfuerzos para sorprenderme de una vez, o qué se yo, lo cierto es que mientras pensaba eso, pasaste por mi lado, y me miraste, y no se si te pareció patéticamente graciosa mi imagen (agachado, inmóvil, sosteniendo los cordones del zapato equivocado -pues hace poco había amarrado el que necesitaba ese servicio- ya que en mi intento de disimular, y sin conciencia de ello, había cambiado de pierna), o si tu sonrisa significaba que por fin te había inspirado algo diferente a lo de la primera vez, o si, reconociste en mi mirada algo de lo que mi cuerpo niño estaba sintiendo, o si algo de la mujer que escondías me reconoció y habló por tus ojos, por solo unos segundos.
Pues bien, este capítulo habla de tu mirada porque es verdad que para mi todo cambió desde ese día, más de lo que había cambiado todo la vez que entré en tu restaurante y solo me "mataste con la indiferencia", casi matándome en el intento de verdad.
Decía, antes de acordarme de un coronelito, que desde esta vez que me encontraste con las manos en la masa, y con mi posición de agachado, sosteniendo unos cordones que no necesitaban ser juntados, pues lo estaban ya, todo cambió de verdad.
No podía despertarme un día sin que sintiera con la fuerza de un huracán, la necesidad de buscar esa mirada, esa sonrisa, y no había fuerza humana, que lograra borrar mi sonrisa de idiota en todo el día, cuando algo de este día se repetía, es decir, si me mirabas de nuevo, o si sonreías de nuevo, o si, como sucedió un día, me dirigías la palabra... Es que cuando pasaba algo así, el mundo era azul, y la alegría de mi niñez, incomprensible para mis papis y compañeros, se mantenía hasta la noche cuando en vez de ovejas, debía contar suspiros, para poder dormir...
Y bueno, ¿qué tiene que ver esto, con la pornografía?... Pues bien, nada supongo, o mucho, lo que pasa es que mi pensamiento sobre el sexo y mi pensamiento sobre el amor se separaron en esos momentos. El sexo: la pornografía que era abundante y variada, si es que se puede dar el nombre de variada a algo tan repetitivo, y el amor: El amor eras tu. Tu, Danielita blanqui-roja, tu eras el amor, tu, Danielita de pasos rápidos, chiquitos y con frío, tu eras el amor, nadie más, nada más. Tu, Danielita mía que me amabas de siempre aunque no lo sabías, tu eras el amor, tu eres el amor aunque ahora no quieras abrir los ojos, tu eres amor, el amor.
El amor solo existía porque existías tu, y todo el resto, pero de verdad todo el resto (dejando a un lado el amor a la familia y el amor a los amigos)todo el resto era cualquier cosa, no poco importante, es verdad, pero no era amor. No es amor.

Perdona que me haya tardado tanto en publicar este capítulo preciosa, pero la semana que pasó fue un poco estúpida, y como dice el viejito-lindo que escribía amor, "la asquerosa y brutal puntualidad de la muerte", trastocó mi propósito de dejar esto varios días antes... Yo se que tu, aunque no abras los ojitos-sol que iluminan mi vida, compartes los minutos de silencio por la Tránsito, (¿te acuerdas todo lo que nos decía, cada vez que la veíamos?, ¿te acuerdas que triste alegría era ir a verla?... Mejor despierta amor, despierta ya... No te grito, solo te pido, despierta ya... )
Y se, que compartiste los minutos de silencio por el viejo-lindo benedetti (con minúsculas porque era tuyo, tuyito)... No te digo más... No puedo por ahora...